jueves, abril 06, 2006

 
Buenas amiguitos....¿os he comentado en alguna ocasión la interesante columna que el amiguete Perez Reverte tiene en el dominical de La Verdad (El Semanal)?. Se llama "patente de corso" y, todo sea dicho, el tio lo borda. Tiene unas cuantas míticas, como la de los "cojones", asi que hoy hechando una ojeada desde el curro de su columnna, me apetece poneros un ¿breve? extracto de susodicha, para que luego digan que no "semos" cultos.

"Nunca fui en exceso corbatero. Quiero decir que procuraba usar la corbata a modo de ultima ratio regis, cuando no quedaba otro remedio. En mis primeros tiempos reporteriles sólo tenía una corbata marrón oscuro y otra azul marino, ambas estrechas y de punto, que me ponía en ocasiones rigurosas. La marrón era la que llevaba en los viajes, pues el tejido de punto se arrugaba menos en la mochila. Te la ponías con una camisa o una cazadora y quedabas presentable. Con esa corbata de punto marrón entrevisté a Gaddafi, a Sadam Husein, a Assad, a Obiang, a Somoza, a Galtieri –que estaba, por cierto, con una tajada enorme– y a unos cuantos más. Era, como digo, mi corbata de protocolo; y cuando estaba muy vieja buscaba otra idéntica: siempre fui de piñón fijo. Solía comprarlas durante las escalas que hacía en Roma cuando iba y venía de Oriente Medio, en una camisería del Corso que todavía las vende, aunque ya no son las mismas. Demasiado anchas y gruesas, ahora. La única vez que estuve a punto de viajar con una corbata distinta fue durante la revolución de Rumanía, cuando entramos en el palacio abandonado del dictador y había una en el dormitorio. Pero se me adelantó Hermann Tersch, y me quedé sin ella. La corbata de Ceaucescu.


Resumiendo. Ando loco por encontrar una maldita corbata estrecha de toda la vida. Cuando creo ver una en un escaparate, en cualquier ciudad del mundo, me abalanzo al interior con cara de loco, agarro por el cogote al dependiente o dependienta –como ven, la presión feminista empieza a minar mis baluartes– y lo conmino o conmina a que me entregue el botín o botina en el acto, antes de que otro carcamal reaccionario como yo me la sople en las narices. Pero mi gozo va a parar al pozo. Lo mismo en Nueva York que en Sangonera la Verde, se trata siempre de una corbata de las anchas que, colocada así y asá, parecía más estrecha de lo que en realidad era, y que al mostrármela desplegada se revela en su cruda realidad. Y además, para mayor recochineo, con el logotipo de la puta marca en el piquito. Que ésa es otra.Así que debo decirlo: odio a los diseñadores y fabricantes de corbatas anchas. Pero arrieritos somos. No lloraré por ellos cuando la capa de ozono, la gripe aviar o lo que sea nos mande a todos a tomar por saco. Y mi odio se aviva cada vez que abro el armario y rechino los dientes contemplando las menguadas filas de mis últimas de Filipinas. Hay que ser desalmado, me digo, para condenar al sexo masculino –no al género, imbécilas: al sexo– a pasear por la vida con un babero de un palmo de ancho sobre el pecho. Colorines aparte. Porque aún no he olvidado una pieza que, durante dos horas y media, tuve desplegada ante los ojos en el tren de Madrid a Sevilla: para colgarla en una pared sólo le faltaba el marco. Rediós. Tardaron varios días en borrárseme las manchas de la retina."

A modo de comentario diré que me encanta como le tira al cuello a las p.... feministas y las referencias que hace a su tierra, osea la nuestra y la de todos, porque hace un par de semanas o poco más en vez de Sangonera la Verde mencionó a Sangonera la Seca... ahí es nada, grandes urbes bien conocidas.

Lo dicho, un crack.







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He de reconocer que nací a una edad muy temprana.

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